miércoles, 8 de febrero de 2012

Textos desconocidos sobre Juan Montalvo



“Casi todo es sacro en don Juan. ¡El fatigar sus huellas, grave empresa!” ; por ello nos parece imprescindible que la “Casa de Montalvo”, con otros organismos como la Cancillería, en los países en los cuales vivió y trabajó Juan Montalvo (Colombia, España, Francia, Panamá…) recopilaran a través de nuestras Embajadas y Consulados lo que se escribió sobre su obra, su actividad política y cultural. Así, se podría tener estudios de Juan Montalvo y la crítica literaria y política en Colombia, España, Francia y Panamá; y se enriquecería considerablemente la comprensión y la valoración del Cosmopolita así como de su época. Como muestra de un futuro estudio: “Juan Montalvo, la crítica literaria y política en Francia”, ofrecemos tres textos que ponen de relieve la importancia de nuestro compatriota en la actividad cultural parisiense y de la permanente difusión de sus escritos, tanto como ensayista, crítico, periodista y cronista.

El primero  de “El Comercio de Ultramar”, escrito por su amigo el gran crítico español, Leopoldo García-Ramón , intitulado “Don Juan Montalvo y sus Siete Tratados”.


Discurso del Sr. Miguel de Unamuno por Montalvo.



Señores: Aquí, en esta casa, lejos de aquellas altas montañas volcánicas donde fueron forjados sus huesos –aquellos de su cuerpo y aquellos de su alma- terminó su vida, pobre, solo y proscrito alrededor de los cincuenta y seis años, Juan Montalvo. La tierra francesa, suave, blanda húmeda, envolvió su cuerpo y su espíritu como con un sudario y se revistió en la majestuosa lengua española, la lengua de don Quijote. Saboreó el exilio, la soledad y la pobreza y con éstos engendró, en el dolor, obras inmortales.

Su muerte encontró aquí una patria y aquella de la inmortalidad en todos los espíritus de lengua española, en la humanidad civilizada. El Ecuador de hoy, ‘libre, instruido y digno’ que recogió sus restos, rinde este homenaje inmortal a aquel que fue tachado de loco y antipatriota.

Loco, como fue llamado Jesús por los suyos, por su familia; Jesús, que según el cuarto evangelio, fue crucificado como antipatriota. Loco, al igual que don Quijote, al que se le acusó de las desgracias de su patria. Y como ellos murió Montalvo, cristiano quijotesco, pobre, solitario y proscrito.

¡Pobreza, soledad, proscripción!... No debo hablar de esto. El tiempo apremia y la ocasión, el lugar y el estado de mi espíritu arriesgarían ahogar mi voz en sollozos.

¡Adiós, pues…! A Dios que guarda eternamente en la historia –la cual es su pensamiento- a los profetas y apóstoles de la cristiandad, y a los tiranos –artesanos de bestialidad- y, que realza de la sombra de éstos, la luz de aquellos!

Adiós a Montalvo que vive inmortal en nuestra lengua.


No soy enemigo de individuos ni de clases sociales, donde está


 la corrupción, allí está mi enemigo; donde está el reinado de 


las tinieblas, allá me tiro sin miedo
Hagamos revoluciones, pero hagámoslas 


dignas de la libertad y la moral

Libertad


Somos libres porque lo somos, no porque un individuo

   consiente en que lo seamos mientras a él le agrade

Revolución


"Pueblo, si los que te gobiernan dejan de ser gobernantes, y se convierten en verdugos, y te chupan la sangre, y te ofenden y mancillan; la revolución es un derecho de los tuyos, ejércelo"

Libertad.

"Pueblo en donde la libertad es efecto de las leyes y las leyes 


           son sagradas, por fuerza es un pueblo libre"


                                                                       Montalvo.

Miguel de Unamuno dice de Montalvo.


Se dice que Miguel de Unamuno llegó a asegurar que un pasaje de la sexta catilinaria le hizo temblar hasta las últimas raicillas de su alma, al extremo de que se le asomaron las lágrimas: "Desgraciado el pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo!". También, al recordar su lectura de esta obra, expresó:
Cogí "Las Catilinarias" de Montalvo, por lo excesivamente literario del título ciceroniano, ya que el término se ha hecho vulgar desprendiéndose de su etimología, y empecé a devorarlas. Iba saltando líneas, iba desechando literatura erudita; iba esquivando artificio retórico. Iba buscando los insultos tajantes y sangrantes. Los insultos, ¡sí!, los insultos; los que llevan el alma ardorosa y generosa de Montalvo.

SOBRE IGNACIO DE VEINTIMILLA.


                         
SOBRE IGNACIO DE VEINTIMILLA.


Soberbio. Si un animal pudiera rebelarse contra el Altísimo, él se rebelara, y fuera a servir de rufián a Lucifer. “Yo y Pío IX”, “yo y Napoleón”, éste es su modo de hablar. (Catilinarias, p. 24)
Avaricia: Dicen que ésta es pasión de los viejos, pasión ciega, arrugada, achacosa: excrecencia de la edad, sedimento de la vida, sarro ignorable que cría en las paredes de esa vasija rota y sucia que se llama vejez. Y este sarro pasa al alma, se aferra sobre ella y le sirve de lepra. Ignacio Veintemilla no es viejo todavía; pero ni amor ni ambición en sus cincuenta y siete años de cochino: todo en él es codicia; codicia tan propasada, tan madura, que es avaricia, y él, su augusta persona, el vaso cubierto por el sarro de las almas puercas. (Catilinarias, p. 25)
Lujuria: El sueño, suyo es; no hay sol ni luz para este desdichado: aurora, mañana, mediodía, todo se lo duerme. Si se despierta y levanta a las dos de la tarde, es para dar rienda floja a los otros abusos de la vida, para lo único que necesita claridad, pues su timbre es ofender con ellos a los que lo rodean. Da bailes con mujeres públicas, y se le ha visto al infame introducir rameras a su alcoba, rompiendo por la concurrencia de la sala. (Catilinarias, p. 26)
Ira: La serpiente no se hincha y enciende como ese basilisco. Un día un oficial se había tardado cinco minutos más de lo que debiera: presentóse el joven, ceñida la espalda, a darle cuenta de su comisión: verle, saltar sobre él, hartarle de bofetones, fue todo uno. La ira, en forma de llama infernal, volaba de sus ojos; en forma de veneno fluía de sus labios. Y se titulaba jefe supremo el miserable: jefe supremo que se va a las manos, y da de coces a un subalterno que no puede defenderse! Viéndole están allí, en Quito: eso no es gente; es arsénico amasado por las furias a imagen de Calígula. (Catilinarias, pp. 26-27)
Gula: Ignacio Veintemilla da soga al que paladea un bocadito delicado, tiene por flojos a los que gustan de la leche, se ríe su risa de caballo cuando ve a uno saborear un albérchigo de entrañas encendidas: carne el primer plato, carne el segundo, carne el tercero; diez, veinte, treinta carnes. ¿Se llenó? ¿Se hartó? Vomita en el puesto, desocupa la andarga, y sigue comiendo para beber, y sigue bebiendo para comer. (Catilinarias, p. 28)
Envidia: Ignacio Veintemilla, más rey y más inteligente que ese monarca, no la abraza. Censura a Bolívar, moteja a Rocafuerte, le da una cantaleta a Olmedo. La ignorancia, la ignorancia suprema, es bestia apocalíptica: el zafio estampa su nombre, sin tener conocimiento ni de los caracteres; no sabe más, y hace sanquintines en los hombres de entender y de saber. Que se haya burlado de mí, cogiéndome puntos en El regenerador, riéndose de mis disparates, estaría hasta puesto en razón; pero, afirma que si él hubiera estado en Junín la cosa hubiera sido de otro modo; que Sucre triunfó en Ayacucho por casualidad, no porque hubiese dado la batalla conforme a las reglas del arte; que Napoleón I perdió la corona por falta de diplomacia, y otras de éstas. (Catilinarias, p. 29)
Pereza: Ignacio Veintemilla cultiva la pereza con actividad y sabiduría; es jardinero que cosecha las manzanas de ceniza de las riberas del Asfáltico. Ese hombre imperfecto, ese monte de carne echado en la cama, derramándosele el cogote a uno y otro lado por fuera del colchón, es el mar Muerto que parece estar durmiendo eternamente, sin advertencia a la maldición del Señor que pesa sobre él. Su sangre medio cuajada, negruzca, lenta, es el betún cuyos vapores quitan la vida a las aves que pasan sobre el lago del Desierto. Los ojos chiquitos, los carrillos enormes, la boca siempre húmeda con esa baba que le está corriendo por las esquinas: respiración fortísima, anhélito que semeja el resuello de un animal montés; piernas gruesas, canillas lanudas, adornadas de trecho en trecho con lacras o costurones inmundos; barriga descomunal, que se levanta en curva delincuente, a modo de preñez adúltera; manazas de gañán, cerradas aún en sueños, como quienes estuvieran apretando el hurto consumado con amor y felicidad; la uña, cuadrada en su base, ancha como la de Monipodio, pero crecida en punta simbólica, a modo de empresa sobre la cual pudiera campear este mote sublime: Rompe y rasga, coge y guarda. Este es Ignacio Veintemilla, padre e hijo de la pereza, por obra de un misterio cuyo esclarecimiento quedará hecho cuando la ecuación entre los siete pecados capitales y las siete virtudes que los contrarían quede resuelta. (Catilinarias, pp. 32-33)
En  Panamá conoce y contrae amistad con Eloy Alfaro.
Archivo:Jmontalvo.jpg

                                 JUAN MONTALVO.
"Cada vicio es una caída del hombre"